Hoy mi órgano cardíaco sufre de emociones salvajes, de las palabras de amor no expresadas, la ansiedad del sentimiento que huye en su interior y lo desborda. Pero, si la razón le prohíbe expresarlo, tiene que estirarse deprisa cuando algo escapa, y recuperar todo lo que desborda una y otra vez, impidiéndole partir y ser conocido, en ese precario equilibrio que pueden alcanzar a veces la fuerza del corazón y la camisa de fuerza de la prudencia o precaución que la razón le impone.

Pero los equilibrios precarios son frágiles, y cuando la musa, o la llama que enciende estas emociones y pasiones desbocadas, se cruza en el camino del corazón romántico, las emociones crecen y se agigantan, y el esfuerzo por impedir que escapen y se expresen cuando no deben es cada vez mayor, y sólo un nuevo periodo de distanciamiento lo alivia un poco, siendo las idas y venidas de la musa la prueba de fuego de la resistencia del corsé que lo aprisiona, un tira y afloja entre que la camisa de fuerza resista o se destruya. Porque el corazón ansía gritar, ansía hinchar su pecho y expresar cada pequeño matiz de las emociones que alberga, y que esa censora razón, a la que no entiende, a la que no puede nunca entender, le obliga a retener.

Y la razón que es custodia o captora de ese corazón emocionado, tiene a veces mil excusas para retenerlo, que la cosa no tiene futuro, que esa chica no está sola, que la distancia no ayuda o que en los tiempos modernos queda tonto y no se lleva dar más peso al sentimiento que a la práctica y sencilla vía de la conveniencia.

Pero hay veces que la razón, ya no se siente capaz de acallar al corazón, ya las trabas y barreras dejan de pesar tanto, o se hace más bella la musa, o su presencia más frecuente, y dispara las emociones del corazón, rompiendo el equilibrio que permitía a la mente mantenerlo a raya. O también ocurre a veces que simplemente no hay tantas trabas, o que la razón se rinde a la belleza y elegancia de las ideas del corazón, y no puede negarle el uso del lenguaje para intentar reflejar con palabras a su musa la maravilla de las percepciones y emociones que le provocan. Entonces, la camisa de fuerza se rompe, el corazón romántico se desboca, libre al fin de su yugo, y corre raudo hacia su amada, para contárselo todo, ignorando cualquier traba, ignorando los problemas, porque vale más la pena arriesgarse que pasar la vida soñando y perderlo todo.
Espero que, si esto ocurre, merezca ese corazón el perdón a su osadía, o con un poco de suerte quizás merezca... ser correspondido.